Caminar
en Bucaramanga es un lujo, los espacios son cada vez menos, tropezar es parte
de esta ciudad, ya no es lo mismo que antes. Yo tengo 22 años de estar
habitando esta ciudad, hago parte de la población netamente bumanguesa,
existimos muy pocos de esos, y a pesar de mi corta edad, sé que nos han
invadido un montón de gente queriendo respirar un aire mejor, un aire sin tanta
polución como Bogotá, un aire sin tanta corrupción como en Cali o Medellín y un
maldito aire de evolución como ninguna otra ciudad. Esta gente extranjera, para
mí, invade cada rincón de mi ciudad.
Bucaramanga se encuentra llena de restaurantes del pacifico y la costa, mi
universidad igualmente de esta gente, las calles son abarrotadas de rolos y
paisas que quieren quitarme mi dinero con baratijas de menor precio que en
cualquier otro mercado bumangués, como la plaza o el mercado de las pulgas,
estos lugares están invadido ahora por
ladrones y jeques bumangueses que no entregan territorios a estos “extranjeros”.
Yo nunca fui un niño ejemplar a mis 10 años recorría la calle 33 en cabecera por el pasillo hippie buscando manillas y
pañoletas para la cabeza, que se encontraban de moda en la juventud; iba a
jugar maquinas a real de minas dentro del centro comercial Acropolis, con el dinero que a escondidas sacaba del
bolso de mi mamá, jugaba futbol por todo
san Alonso con un balón de micro de trapo o un Mikasa y al siguiente día
tocaban a mi puerta a cobrar los vidrios que había cuarteado o partido con el
balón de futbol. Acompañe a mis hermanos
al centro de la ciudad a conseguir aquello que ni los malditos extranjeros podían
traer a tan bajo precio, como juguetes,
ollas, manillas, pulseras. Bucaramanga a mi mirar era tranquila a su modo,
siempre existían pancartas de la ciudad de los parques, y hoy día solo sé que
en Bucaramanga le llaman parque aun metro cuadrado, creo que el patio de mi
casa debería ser monumento departamental porque es más grande y viejo que
algunos que los gobernadores intentan vender. Ahora cuando camino por mi ciudad
solo encuentro un plurilingüismo absurdo, paisas al lado de chocoanos o pastusos
con chasas o puestos de comida, rolos en los parques tomando aguardiente
antioqueño o guarapo mientras escuchan rock
o reggaetón. Los hippies de la 33 los quieren echar a patadas el gobernador
Richar Aguilar, un hombre que hizo sus estudios en Harvard y quiere volver a
Bucaramanga una micropolis gringa, y saca a los habitantes hambrientos de
Bucaramanga para dar espacio a los “extranjeros”. Esta ciudad tiene tantos
respiros que me acostumbre a andar con las manos en los bolsillos con miedo de
que me roben o de tropezar con alguien. Recuerdo cuando comenzó esta ciudad los
indígenas de girón venían a poblarnos
para tomar un respiro y poco a poco se construyeron chozas hasta ser lo que hoy
somos, Bucaramanga no debe ser la ciudad de los parques, pues no existen, debe
llamarse la ciudad del respiro ¡vengan aquí, compren una vivienda a los precios
más altos de Colombia y llenen su vida de paz ruidosa y fanfarronee de armonía¡
yo camine esta ciudad de niño y de joven, tome una cerveza en el centro de la
ciudad cuando no apuñaleaban, me embriagué en la zona rosa con mujeres que no
se entregaban por dinero, camine de lado a lado alcoholizado en cabecera en las
licoreras donde se reunían la mayoría de jóvenes, y aunque no soy homofóbico ni
machista me da rabia ver un parque en soto mayor y cabecera como helecho para
gays y prostitutas. En Bucaramanga todo cambio, ya no se puede caminar como antes,
ahora el paso se volvió más acelerado y descontrolado, las aceras son cada vez más
diminutas, el gobernador intenta hacerlas grandes extinguiendo los vendedores
ambulantes que la transitaban como parte de esta ciudad, ahora parecen aceras
espaciosas y la verdad son deshabitadas. Ahora nació una moda en Bucaramanga,
los llamados y conocidos por la mayoría como centros comerciales, mi ciudad
tiene tantos centros comerciales como parques, los centros comerciales son
proporcional con cada hormiga que habita en esta ciudad, porque si fuera por la
gente no habría sino tres o cuatro… pero no, existen más de 8 o 9 centros
comerciales, desde los más diminutos y estúpidos, hasta los más grandes y
estúpidos. Ayer luego de caminar el centro deshabitado intente comprar un
detalle para mi novia (que por cierto es de aquí); como encontré la ciudad vacía
en sus malditas calles, intente entrar a un centro nuevo en Bucaramanga, el Cacique,
un nombre tan particular para la historia de esta ciudad construida por
indígenas que me causo cierto desdén, no importa, me dije. Debo conseguir el
detalle para mi novia, entre al lugar y tenía un parqueadero gigantesco, tan
grande que se encontraba en su mayoría vacío, y cobraban la medio tontada de
1200 la hora del parqueadero, yo creo que hacen más dinero con el parqueadero
que con algunos locales que se encuentran en ese lugar, no importa debo comprar
un detalle. Cometí el error más grande de mi vida entrando a ese lugar un
sábado. Yo no soy un hombre común, odio y me enerva, me enferma estar en un
lugar repleto de gente, mi respiración y latir se aumentan tanto que el
desespero por irme del lugar se convierte en una acción inmediata. No podía
irme debía comprar el detalle para mi cucaracherita, solo el santandereano de
verdad sabe a que me refiero con eso. Entre al lugar y mis hombros chocaban con
otros hombros extraños, pan, pun, pan, pun… no quería devolverme porque debía
comprar el maldito detalle que ella quería, una camisa con una frase en inglés,
pura basura yanqui pensé, pero ella la quería, pun, pan pun… maldita sea el día
que llegaron los extranjeros nacionales y las multinacionales de mierda, solo pensaba
en eso mientras caminaba y observaba a los niños con sus helados lamiendo y
riendo, los ancianos desesperados y conmocionados por la amplitud del lugar,
los jóvenes con sus pelos aplastados en su cabeza luciendo ropa extravagante y
yanqui. Bucaramanga se convirtió en una micropolis yanqui, fue lo único que se
me ocurrió, yo a veces debo callar porque a mi madre lo único que se le ocurría
comprar cuando era niño eran estas marcas norteamericanas que hoy día a veces
me regala en contra de mi voluntad, y si no es ella es mi novia que me
sorprende con una camisa de aquellas que confeccionan en la frontera mexicanos
y se bufan los gringos en decir “made in E.U.” yo solo quería salir de ese
lugar, por todos lados se escuchaba un parlante de murmullos de la gente, y las
risas y conversaciones de la gente con un acento tan extraño. No escuchaba por
ningún lado una entonación golpeada ni marcada, era algo más extraño, era como…
chirriado, esa es la palabra, chirriado. Pero no me importaba debía comprar el
maldito regalo para mi cucaracherita, entre a un sitio abarrotado de personas
que rociaban loción por todos lados como muestrario, ofreciendo tarjetas para
compras y viajes… estaba que explotaba por dentro, más aun cuando pregunte por
una chanclas, y me dicen que cuestan más de cien mil pesos porque están de
moda, y pensar que esas mismas chanclas de polietileno las consigo solo por el
diez por ciento que aquellas que me ofrecieron, en la plaza de mercado de Guarín
o san francisco. Quería salir corriendo, este centro contenía al setenta por
ciento de la ciudad y yo hacía parte de esa estadística, de música, chancletas
de cien mil pesos y pelos aplastados. Vi una camisa bonita, pregunte el precio
costaba 70 mil, primero muerto. Así recorrí todo hasta que encontré solo basura
y a precios altos. Mire la hora debía dos horas de parqueadero, sentí mi pulso
y estaba acelerado, debía salir de tal disparate, así que Salí rápido de este
lugar no lo recorrí más. Tanta gente y pan pun, me tenía alterado, encendí la moto
pague los dos mil cuatrocientos y le dije a mi novia que fuéramos a comer a un
restaurante Ocañero que hay cerca de mi casa. Se decepciono por la camisa,
preferí darle el dinero. Y le dije que para mi cumpleaños me regalara una
camisa que diga… se habla bumangués.
Michael
David Uribe Espinosa
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