En Colombia por fortuna aún hay trabajadores
informales, aquellos que utilizan la malicia indígena para vender, comprar y
revender cualquier tipo de artículo en el mercado. En Bucaramanga la mayoría de
ellos son expenden chicles, cigarrillos, manillas, juguetes y ropa… todos ellos
hacen piruetas para que la policía no les quite la mercancía. Esto por una ley
del alcalde Hugo Aguilar para recuperar los espacios. Yo intente pasar un día
con un vendedor informal, un vendedor que en Bucaramanga aunque extraño de
mencionar hace parte de este gremio. Un expendedor de marihuana.
Para
pasar el día tuve que ir a la cuarta con novena un poco más debajo de la
Universidad en donde vive un amigo de la escuela que hace parte de este
trabajo. Con ánimos de hacer este trabajo lo llamaremos “gato” el gato es lo
que llaman en Bucaramanga un campanero, es la persona encargada de alertar si
la policía se acerca, él vive en un barrio llamado por sus habitantes “las
torres”. Antes de empezar, debía ir donde la persona encargada de todo el
negocio, así que tuve que bajar las escaleras del barrio la universidad y pasar por cuatro anillos invisibles hasta
llegar donde “Miguelito” increíblemente este personaje tenía más de 60 años, él
me tomo del brazo y me dijo –quiere un poco- y señalo la marihuana que se
encontraba en unas bolsas negras sobre una mesa de comedor. Yo respondí que no,
con un miedo que consumía lo más valiente de mí. Él solo sonrió y dijo – de igual
manera tome esto para que se vaya con buenos recuerdos- y me dio dos hojas de cuaderno arrugados por
el puño de sus manos, esta es una manera de envolver la marihuana, así que no
la abrí, solo por espeto la guarde en mis bolsillos. El “gato” le hablo sobre
mi trabajo y él aunque un poco reservado accedió solo con la condición de no dar las especificaciones
exactas de la casa y decir su sobrenombre en la crónica, cosa que haré por
respeto a este pacto.
Miguelito
no nos acompañó al lugar donde vendían por seguridad, en ese momento me di
cuenta que el negocio aunque lucrativo tiene riesgos, y el riesgo de miguelito
es no poder disfrutar de su vida como cualquier otra persona. “gato” y yo
subimos nuevamente hasta la bomba donde se venden estas drogas, él me dijo –pille
como es la vuelta, yo soy el campanero, el de allá es el vendedor, vamos pa’
que sepa quién es y se quede con los vagos.-
Bajamos
hasta donde vendían la marihuana, ahí el me presento a “Jairo” esto fue algo
muy cómico, porque “Jairo” también había
estudiado y jugado futbol conmigo, así que me sentí un poco relajado por esto. Jairo
me saludo muy cordial y cuando le comente lo que hacía no puso problema alguno
en ayudarme.
Me
dijo –si usted quiere que le salga la vuelta bien, mejor vótese aquí por acá a
las 11 y venga sin moto, todo bien que se queda en mi casa, yo vivo al lado de “pinky”-
“pinky” también había estudiado conmigo y yo me había quedado por bastante
tiempo en la casa de él, en ese momento pensé, ya echo la labor no me voy
asustar, así que le dije que sí.
A las
once de la noche estábamos parados en una esquina de la bomba, aunque no me
dejaron ver cómo llegaba o quién la envolvía; me explicaron como era el “día” en
este caso la noche, “Jairo” me comento que en la noche sucedía todo. En el
momento en que hablamos llegaban motos y carros de alta gama. Los de las motos debían
quitarse los cascos y mostrar la cara,
un campanero les decía dónde ubicarse, en este caso debían hacerse debajo de un
árbol donde según ellos la cámara no llegaba a grabarlos, las personas debían tener
sencillo para comprar “el paco” o sea la
hoja de papel que contiene la marihuana. “el paco” cuesta dos mil pesos. Ni más ni menos. “Jairo”
me pidió ser el timbrador, o sea el que “chiflaba” a una persona para que
subiera “el paco”. Así fue llego un carro le avisaron el lugar, yo chiflaba y
en 1 minuto subía una persona que me entregaba el paco. En la noche llegaban
prostitutas, abuelas, jóvenes de 11 en adelante, locos, travestis, profesores…
yo me sorprendí al ver la cantidad de personas y de distintas clases sociales
que allí llegaban. Durante toda la noche la policía se acercó más de diez
veces, el campanero, con una linterna una cuadra más adelante avisaba que ellos
llegaban, y debíamos salir corriendo hasta una zona boscosa a la cual ellos no
entraban. Luego de que pasaran salíamos nuevamente y continuábamos la labor. “Jairo
luego que salimos dijo lo siguiente
- P… h…
antes venían y se llevaban algunos pacos para ellos, ahora desde que esta la cámara
solo vienen por plata, y así no funciona esto. Por eso le dije que se quedara
en mi rancho porque los vagos ya lo tienen fichado en la cámara. Pero sano.
La noche
trascurrió tranquila, yo me canse de chiflar así que cambiamos con otra
persona, yo avisaba donde debían cuadrase, y esperaba al lado del vehículo
mientras traían “el paco”. Las personas que están en este negocio, fuman
marihuana durante toda la noche, hablan del colegio, de sus problemas y
posibles decisiones… ellos son amigos estudian juntos, los acompañan
generalmente sus novias, la mayoría embarazadas. Ellos parecían muy alegres
durante toda la noche, y las personas que llegaban al lugar a comprar eran
amigables nada asustados, la rapidez de las personas era asombroso. Todo sucedía
en menos de dos minutos, era algo de “tome y deme” a las dos y media de la
mañana ya no había ni un solo paco. La plata así como bajaba nunca subía.
Cuando
llegue a la casa de mi amigo a dormir él me dijo – recuerde que nosotros si somos
vendedores ambulantes, nosotros vendemos sonrisas, al igual que un payaso o un
cuentero, y si pillo bien la vuelta las abuelas no se la fuman la echan al
alcohol para sus piernas y los profes lo hacen para el relajo… por eso nosotros
vendemos sonrisas.-