martes, 16 de abril de 2013

Autobiografía... Mi proceso de aprendizaje.

Hace menos de una hora comprendí la indomable tristeza que produce el amor, y como una lágrima que se desliza poco a poco por mi mejilla tronca recuerdos de una niñez perdida. Yo nací con aires de libertad. No lo digo porque nací en plena revolución o envuelto en una bandera cubana de la mano del Che, no. Yo nací en Colombia en el año de 1991 cuando junto conmigo nacía la constitución colombiana y sus aires de libertad, ésto debió haberme facilitado la vida. Conmigo nació el deseo de autonomía que mis padres forjaron, aunque ninguno fue campesino, mis abuelas los condicionaron de esta manera y esos valores que llevaban en la sangre trataron de trasmitírmelos durante cada segundo de mi vida. San Vicente de Chucurí y San Gil, unidos en 5 hijos a través de José Antonio Uribe Flórez y Gladis Patricia Espinosa quienes trataron de crear un mundo que nunca tuvieron a su alcance. Ellos salieron de sus pueblos con el sueño de ofrecer a sus hijos la educación y las oportunidades que cada una de sus familias no alcanzaron.  Es ciclo elemental que desafortunadamente el dinero prohíbe – el cambiar el circulo vicioso de la educación-  teniendo en cuenta lo difícil que es tener que trabajar para ganarla. La infancia es algo que nuca se olvida, yo ya la he olvidado es muy poco y vago los recuerdos que tengo; sé que jugaba fútbol todos los días, sé que viví cuasi solo cada día de mi infancia, no hablo de aquella soledad infantil de no vivir sin amigos o aquella en la cual nadie me dirigía la palabra, no, al contrario tuve tantos amigo que me era difícil contarlos con los dedos y extremidades de mi cuerpo, pero mis padres estaban tan ocupados dándome la vida que nunca tuvieron que nunca tuve la oportunidad de sentarme a discutir con ellos. A pesar de eso, mis padres trataron con gran esfuerzo de educarme comprando enciclopedias y libros que vendían en las escuelas; eso es algo que recuerdo cada día, nunca me falto un buen libro, nunca tuve que preguntar a un familiar o a un amigo ya que la biblioteca de mi casa fue extensa y aunque mis padres no estuvieron del todo, mis hermanos cumplieron ese papel, cada uno a su manera. Estudiamos en la misma escuela, Instituto Niña María, una escuela de monjas  que trabajaba por una sociedad culta y aunque era muy buena nunca he recordado algo académico de lo que me enseñaron allí, nunca. Sin embargo, de algo estoy seguro, dentro de ese plantel me convertí en el ser que hoy soy, allí me enseñaron la curiosidad inmensa de lo curioso, hago esta redundancia a sabiendas de que me enseñaron a encontrar la respuesta a aquello que creía oculto. Dentro de ese lugar me enamoré y recibí instrucciones deportivas pero respecto a lo académico, siempre estaba debajo del promedio, aunque al momento de pruebas institucionales mis índices de conocimiento eran mayores que el de los demás. Es extraño darme cuenta en este momento que ni las pruebas académicas concuerdan para decir qué capacidad tiene el cerebro, ahora pienso que ninguna de esas pruebas sirve. Durante mi proceso en la escuela sé que aprendí a sumar y no sé como, sé que aprendí a leer y no recuerdo como, no recuerdo el nombre de ninguna profesora, mi mente está en blanco cuando de la escuela se trata ya que mi mente sólo giraba en torno al fútbol y al arte hermoso del teatro que es el único recuerdo vago que tengo –profe no puedo pasar al frente me duele la cabeza-, -profesora mi mamá no llegó a la casa y no entendí lo que debía hacer, si quiere llámela- era seguro que nunca se encontraba en casa y menos en el trabajo. A mis ocho años de edad aprendí de mis hermanos a falsificar las firmas de mis padres en las notas que enviaban los profesores en los cuadernos, las cuales nunca revisaban, aprendí el número de las cédulas para darle credibilidad a las firmas que practicaba cada tarde por casi dos meses seguidos hasta volverme un experto en excusas y gestos; es algo que aún no puedo decir si estoy orgulloso o apenado aunque debió servirme de algo y hacerme un daño infinito. Mi escuela sólo sirvió para hacerme comprender que la religión no iba conmigo, que el sentimiento espiritual no era algo que llenaba mi ser, aborrecí la idea de dios  (lo escribo en minúscula siempre porque no creo en su valor de nombre). Más tarde (en los colegios) aprendería que esta palabra y su creencia determinan a un ser, por eso me convertí en ateo. En mis colegios me enseñaron que la academia no sirve para nada, nunca lo dijeron, sólo lo recibí de golpe. En ellos encontré como mis amigos pintores, poetas, cuentistas, narradores orales… se perdían uno a uno en las calles por culpa del maldito apoyo que nunca nos brindaron, yo terminé haciendo obras de teatro en bares a media noche por dinero, escribiendo cartas para las novias de mis amigo por el precio de una empanada o una gaseosa y recomendando a mis amigos pintores que murieron por una bala o simplemente se convirtieron en abogados o doctores. Aprendí que el arte nunca da dinero, sólo ofrece felicidad y la espiritualidad que nunca tuve. Cada mañana despertaba para asistir a una tortuosa clase de matemáticas, de biología, algunas de español, inglés…, para mí todo consistía en escribir cuentos o cartas, todo consistía en leer los libros que mamá dejaba en mi casa, de pronto los profesores me daban la escuela -¡Uribe sino se arregla se va- ¡Uribe si sigue molestando tendré que llamar a su mamá- Uribe, Uribe, Uribe… no había profesor que en cada clase no me hiciera firmar el observador o tarjetón como era llamado; y en cada entrega de boletines tenía 50 o 60 tarjetones: no pone atención en clase, imita a los profesores, crea algarabía, utiliza los recursos del colegio para representar obras, escribe cartas en las horas de matemáticas… nunca en uno de ellos se mencionaban algo que interrumpiera con las clases, lo único que les molestaba era que tuviera una popularidad tan grande entre mis amigos para elegirme representante y tenía que dar “ejemplo” tener mis ojos seis horas al día pegados a un tablero blanco que se desdibujaba con marcadores que no decían nada…( x + y)… mitocondrias…  1492… todo eso nunca marcó nada en mí. Cada vez que necesitaba pasar un examen, cinco minutos antes leía con tal astucia que pasaba con sobresaliente y eso disgustaba a los profesores, mi comprensión lectora era tan grande gracias a los libros de mi casa que no debía torturarme estudiando y lo hacía cuando quisiera. A veces las preguntas me parecían tan estúpidas y vacías que simplemente dejaba la hoja en blanco… y así fue como me sacaron a patadas del salesiano; luego de haber representado 5 obras de teatro, de ser el capitán de micro fútbol y el representante con mejores ideas según una encuesta realizada por la institución. Debido a la expulsión, llegué al colegio de Santander “el  glorioso Santander”  mi experiencia educativa me hizo comprender que no debía poner atención a las letras de algunos profesores que llegaban a dictar sus clases con libros debajo del brazo, yo en cambio prefería escribir cuentos que me llevaran a otro lugar, un lugar donde no estuvieran docentes huecos y mentes cerradas… allí pertenecí al grupo de teatro  y conocí a una profesora particular entre todas, una profesora que me ofreció el placer de conocer a William Ospina, a través de sus obra y en persona gracias a mis ensayos, el placer de discutir sobre literatura y hablar de Borges, Julio Cortázar, Nabokov y Chaplin, el interés profundo por las tablas que debí dejar por problemas emocionales que hoy día me hacen llorar cada noche. Aprendí de ella el esfuerzo que debía llevar un buen cuento o ensayo, que la escritura aparte de ser un don era un trabajo arduo y satisfactorio… sólo aprendí eso. Por otro lado, aprendí a tomar un buen vino con mis antiguos compañeros: los pintores, los escritores, lo poetas y hablar cada vez que podíamos. Algunos de ellos hoy son importantes en el arte, los otros escribimos en las calles más recónditas donde las drogas y la sociedad decaen en balas y cuchillos, no nos atrevemos a salir por miedo de perdernos de ese espectacular mundo que hoy algunos en la universidad dicen es de ñeros o de paupérrimos, pero en aquellas personas que dicen eso, veo reflejados tristemente a los profesores con el libro bajo su brazo dictando su clase. Mi experiencia la viví solo y con ayuda de algunos libros; sé que la academia no sirve para nada sino es bien dada, por eso quise enseñar el arte de la literatura, la pintura, la fotografía… decidí ser parte de un grupo selecto que sabe de lo que habla y muestra su importancia a la sociedad y trata de llegar a cada uno de esos diablillos que como yo echarán polvo pica pica a su profesores, leerán en las noches y vivirán una vida subterránea que algunos “docentes” no ven. 

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